Bloody Mary by Claudia Velasco

Bloody Mary by Claudia Velasco

autor:Claudia Velasco [Velasco, Claudia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Romántico, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2015-12-02T16:00:00+00:00


Capítulo 10

Entró al vestidor, encendió la luz y buscó los zapatos de satén sin mirarse en los espejos. La pura verdad es que prefería no detenerse mucho en pasar revista a su vestido, o a su maquillaje, porque eran lo más atrevido que había llevado en toda su vida y seguía sintiéndose insegura, así que se agachó, cogió la caja de los zapatos y se dio la vuelta sin levantar los ojos. Buscó una sillita y se sentó para calzarse a pocos centímetros de su vestido de novia, el precioso traje de seda salvaje recién llegado de París, de última moda, que su madre había encargado al prestigioso taller de Jeanne Lanvin.

El vestido, blanco inmaculado, era moderno, sencillo, sin mangas y con cuello bote, recto hasta la cadera, donde un lazo daba la bienvenida a una amplia y vaporosa falda larguísima, con mucho movimiento. Precioso. Se trataba de un sueño de traje de novia que iría acompañado por un velo larguísimo de tul, sujeto al pelo por una diadema de su abuela, lady Eleonor, una joya valiosísima que habían llevado todas las novias de la familia Arlington desde el siglo XVIII.

Charlotte lo miró, reposando tan tranquilo dentro de su funda de algodón, y suspiró. En realidad le daba igual el vestido, el tul, la diadema o Jeanne Lanvin. Todo le daba exactamente igual desde hacía tres meses, desde que había conocido a Frank Gabbiani y mucho más desde que él la había besado.

De noche, de día o durmiendo, siempre, no hacía otra cosa que pensar en él y en sus deliciosos besos. Hacía diez días de aquello y no paraba de acordarse de las preciosas palabras que le había dicho antes de besarla, de lo dulce y adorable que era, de lo guapo y apasionado. Estaba loca por Frank Gabbiani y, ahora que besarlo o tocarlo se había convertido en un derecho habitual, no paraba de hacerlo. Por supuesto el hecho de que ya no viviera con su madre dificultaba las cosas. Ella seguía dando las clases a sus hermanas, pero en casa de Jack Kelly, y Frank había decidido ir allí a comer después del trabajo para encontrarse con ella y ofrecerse caballerosamente a acompañarla al coche. Sin embargo, salían directos a su piso en Mulberry, donde se pasaban al menos una hora besándose. De pie, en el salón, abrazados o cogidos de la mano, daba igual, ella solo quería tocarlo y acariciarlo y Frank sentía lo mismo.

Vivían en una especie de nube de felicidad y por primera vez comprendió el significado preciso de la frase: «quiero comerte a besos». Ella quería comerse a besos a Frank Gabbiani. Su boca, su lengua, sus ojos, sus manos, su frente, su pelo, todo le gustaba de él y no podía, tampoco quería, dejar de tocarlo. Y él sonreía y la abrazaba y volvía a besarla con esa pasión sin fin que compartían hasta que de repente se quedaba quieto, paraba en seco el manoseo, le ponía el sombrero y la invitaba a marcharse.



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